Siempre hay algún motivo especial que nos mueve a conocer destinos diferentes, bien sea la  ilusión de conocer otra cultura, por recomendaciones de amigos o simplemente porque un día te levantas y dices ahí tengo que estar yo.

Pues una mezcla de todo esto me ocurrió a mí y sin duda ha sido una acertada decisión.

Que diferencia de paisajes, de clima, de gastronomía, de forma de vida y en tan solo dos horas de vuelo directo desde Madrid.Que exotismo más cercano y a la vez tan distante.

La sonrisa sincera y permanente de las personas con la que he tratado en este viaje, hace que de nuevo me dé cuenta que las ideas preconcebidas al viajar a un sitio desconocido, se queden obsoletas, una vez que ves la realidad.

Marruecos está asociado a noticias no demasiado amigables y en los tiempos que corren las influencias negativas invaden los informativos.Pues bien os puedo decir que nada más lejos de la realidad. En pocos destinos me he sentido tan bien recibida e integrada entre los autóctonos, como en este país.

La primera impresión al aterrizar, en el moderno aeropuerto de Menara, es de seguridad y organización, la segunda es el calor ya que llegar en agosto a Marrakech es algo a tener en cuenta.

Más de 40 grados y un taxista me espera para llevarme al Hotel, bromeando me hace saber que el aire acondicionado por esos lugares es bajar las ventanillas…y era cierto, como he ido comprobando durante mi veraniega estancia…

La escasa media hora de este primer trayecto ya me hacen ver que estoy en otro continente, por no decir en otro mundo.

La conducción es acelerada y caótica , entre una amplia variedad de peatones sin prisas, motos con más plazas de las debidas , turistas acalorados, motocarros  llenos de diversas frutas y verduras, otros con  animales , bicicletas destartaladas pero veloces, carros tirados de burros , camellos vestidos como para una cabalgata navideña, camiones con más años que la pana y  reciclados autobuses ochenteros  repletos de personas cargadas con bultos que van y vienen a sus quehaceres diarios mezclados con viajeros despistados de todas las nacionalidades.

Sin duda mi primera impresión no ha podido ser más pintoresca, me ha encantado y esto solo está empezando.

Mi Hotel es un resort a las afueras, con lo que este viajecito al centro lo haré en numerosas ocasiones y os puedo asegurar que en todas ellas siempre me he llevado alguna sorpresa, por lo que he visto en la cotidianidad del día a día.

Una vez magníficamente instalada me pongo en marcha para no perder ni un minuto y empezar a conocer Marrakech.

He ido siempre acompañada por un guía, por comodidad ya que la seguridad no es allí ningún problema.

Pasear por la Ciudad es un placer que hace que los cinco sentidos se afinen al máximo, todo llama la atención mientras voy acercándome a la Medina que es allí donde los sentidos ya se vuelven locos de tanto estímulo.

A ver si os puedo trasmitir, medianamente lo vivido tras esas milenarias murallas.

Una de las curiosidades, a las que pronto te acostumbras y terminan por pasar inadvertidas, es la variedad de olores  diferentes, mezcla de especias,aceites,hierbas medicinales… donde el curry es el rey, impregnándolo todo en un barullo de aromas que o bien te enamoran o te revuelven para un buen rato. A mí me chiflan…aún sin saber identificar lo que sea en cada momento.

Dentro de los aceites que os he comentado está el de Argán, con una industria aún bastante artesanal donde las cooperativas de mujeres trabajando este producto hace mucho bien por la economía de la zona. Tiene la vertiente medicinal y la importante opción culinaria, donde se utiliza en su sabrosa cocina, pero creo que es en la industria cosmética donde se puede ver  más  fácilmente las amplias propiedades del producto, si lo adquieres en sitios oficiales, ya que  en este tema, la picaresca se afina bastante.

La tez de las mujeres bereberes, a pesar de las adversas condiciones climáticas y de exposición al extremo clima en el desierto, es digna de admirar. Ahí lo dejo.

Para entrar  en la Medina, que es Patrimonio Mundial de la Unesco….